miércoles, 13 de agosto de 2014

Devenir MARIMACHO, del disciplinamiento a la extensión de otros horizontes

(En este post me gustaría compartir un breve comentario al propósito de un curso realizado sobre Representaciones culturales de las sexualidades. Se trata de un análisis sobre algunas cuestiones teóricas disparadas por un corto llamado "1977" de la directora Peque Varela. Aquí una breve reseña del corto y la directora, y una oportunidad para compartir material virtual de interés)



Desenmarañar los distintos discursos que van envolviendo nuestros cuerpos en cada etapa de nuestras vidas, es un trabajo reflexivo que puede ayudar a comprender mejor quiénes somos y qué buscamos. Metáfora que se ve –en una interpretación subjetiva- en esos garabatos en las entrañas mismas de quien protagoniza el corto 1977. 

Podríamos partir de esa búsqueda singular, pero también colectiva -para nada superficial, por otro lado-, que nos propone la investigadora Andrea Francisco Amat de “re-pensar la vida y abrir espacios de acción para permitirnos el goce de estar vivos” (V. 3 - 5 - L3.2.1). 

Una comunidad pensada desde las singularidades y las diferencias, como propone Fina Birulés, es lo que se deja abierto en el final de este corto, dónde finalmente la/el protagonista logra “quebrar” esos relatos naturalizados que la/lo oprimían, sujetaban. Y deja salir ese punto de fuga, el transitar de esos bordes de un marco social dónde no se sentía del todo representada/o. 

Los colores, los dibujos alados, expresión de su singularidad como persona que vive y busca ser feliz son el último mensaje. Se crea así ese nuevo mundo posible. 

Pero para eso, se necesita justamente desenmarañar ese tejido de relatos que se anudan en identidades fijas, en binomios que encasillan la existencia. 

¿Cuáles son esos casilleros que pretenden estandarizar un cuerpo y que son muy bien representados a través del ‘Juego de la Vida’? En los casilleros de este juego de mesa se va modificando (codificando) este cuerpo. Color rosa, pelo largo, vestido, al costado de papá, roles y expresiones genéricas fijas disciplinando ese cuerpo. 

El juego aquí se presenta con un sentido múltiple, es primeramente ese espacio libre, lúdico dónde unx puede formarse desde la experiencia. Pero a medida que las etapas de la vida avanzan, incluso los espacios de juego se convierten lugares “(cabinas) de vigilancia de género”, en palabras de Beatriz Preciado, dónde las fronteras de género reducen el espacio. 

Lo amplio, lo verde, los espacios dónde se pueda mover en libertad son legados a las identidades heteronormativas masculinas. La niña es reprendida por sus pares en una cancha de fútbol; el niño (o al menos la expresión de género que así lo representa) es burlado al andar por la calles con algo identificado como “femenino”: la bicicleta rosa, la adolescente permanece quieta en las aulas, quieta en el automóvil junto a su padre. Sujeta por eso discursos que lx llenan, lx comprimen, e incluso lx violentan. 

Pero es también en ese interpelación con la mirada-otra dónde unx deviene sujetx. Y una palabra la que parecería “sujetar” a lx protagonista: MARIMACHO. 

“Marimacho” es la palabra que la perturba en esa maraña discursiva que acuna y crece en su vientre. Es ese adjetivo que la pone en descubierto como extranjerx de las etiquetas Masculino-Femenino. ¿Dónde habitar entonces? Ni en el adentro, ni en el afuera. Del mismo modo que el corto no termina ciertamente con un final. 

Es cuando logra tener a esta palabra entre sus manos (re-apropiarse) de ese término disciplinador, cuando revierte, vuelca la palabra para seguir adelante. Pero en ese acto también se constituye, son las características que diferencian ese cuerpo y que no termina de “encajar”, entonces se necesita la palabra-insulto, lo despectivo. Sin embargo en el devenir “marimacho”, donde las diferencias constituyen más que lo mimético, surge la posibilidad del cambio, de extender los vínculos humanos hacia otros horizontes posibles.

AQUÍ EL CORTO EN CUESTIÓN: